Lectura del Santo Evangelio según San Marcos 1, 14-20


Después que Juan fue puesto en la cárcel, vino Jesús a la alta Galilea predicando el Evangelio del reino de Dios.

Y diciendo: Se ha cumplido ya el tiempo, y el reino de Dios está cerca: haced penitencia, y creed al Evangelio.

En esto, pasando por la ribera del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, echando las redes al mar (pues eran pescadores); y díjoles Jesús: Seguidme, y yo haré que vengáis a ser pescadores de hombres. Y ellos prontamente, abandonadas las redes, le siguieron.

Habiendo pasado un poco más adelante, vió a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan su hermano, ambos asimismo en la barca componiendo las redes. Llamóles luego; y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron en pos de Él.


*    *    *


DE LAS REVELACIONES PRIVADAS DE JESÚS A MARÍA VALTORTA 

Nihil Obstat Obispo Roman Danylak
Imprimatur Obispo Sooser Pakiam

La escena que vas a contemplar es deliciosamente encantadora.


La gente, después de la bendición de Jesús, se aleja, pero como no queriendo marcharse.

No hay ni enfermos ni pobres.

Jesús dice a Simón: "Llama a los otros dos. Vamos a adentrarnos en el lago para echar la red".

"Maestro, tengo los brazos deshechos de echar y subir la red durante toda la noche para nada. El pescado está en zona profunda, quién sabe dónde."

"Haz lo que te digo, Pedro. Escucha siempre a quien te ama".

"Haré lo que dices por respeto a tu palabra" y llama con fuerza a los peones, y a Santiago y a Juan. "Vamos a pescar. El Maestro así lo quiere." Y mientras se alejan de la orilla dice a Jesús: "Maestro, te aseguro que no es hora propicia. A esta hora los peces quién sabe dónde estarán descansando...".

Jesús, sentado en la proa, sonríe y calla. Recorren un arco de círculo en el lago y luego echan la red. Después de pocos minutos de espera, la barca siente extrañas sacudidas, extrañas porque el lago está liso como si fuera cristal fundido bajo el Sol ya alto.

"¡Estos son peces, Maestro"" dice Pedro con los ojos como platos.

Jesús sonríe y calla.

"¡Eúp! ¡Eúp!" dirige Pedro a los peones. Pero la barca se inclina hacia el lado de la red. "¡Eh! ¡Santiago! ¡Juan! ¡Rápido! ¡Venid! ¡Con los remos! ¡Rápido!".

Se apresuran. Los esfuerzos de los hombres de las dos barcas logran subir la red sin dañar el pescado.

Las barcas se colocan una al lado de la otra, completamente juntas. Un cesto, dos, cinco, diez; todos llenos de estupendas piezas, y hay todavía muchos peces coleteando en la red: plata y bronce vivo que se mueve huyendo de la muerte. Entonces no hay más que una solución: volcar el resto en el fondo de las barcas. Lo hacen, y el fondo se vuelve todo un bullir de vidas en agonía. Esta abundancia cubre a los hombres hasta más arriba del tobillo y el nivel externo del agua llega a superar, por el peso excesivo, la línea de flotación.

"¡A la orilla! ¡Vira! ¡Venga! ¡Con la vela! ¡Cuidado con el fondo! ¡Pértigas preparadas para amortizar el choque! ¡Demasiado peso!".

Mientras dura la maniobra, Pedro no reflexiona. Pero, una vez en la orilla, lo hace. Entiende. Siente una gran turbación. "¡Maestro, Señor! ¡Aléjate de mí! Yo soy un hombre pecador. ¡No soy digno de estar a tu lado!". Pedro está de rodillas sobre la grava húmeda de la orilla.

Jesús le mira y sonríe: "¡Levántate! ¡Sígueme! ¡Ya no te dejo! De ahora en adelante serás pescador de hombre, y contigo estos compañeros tuyos. No temáis ya nada. Yo os llamo. ¡Venid!"

"Inmediatamente, Señor. Vosotros ocupaos de las barcas. Llevadle todo a Zebedeo y a mi cuñado. Vamos. ¡Del todo para ti somos, Jesús! Sea bendito el Eterno por esta elección."

Y tiene fin la visión.

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