CURACIÓN DE LA SUEGRA DE SIMÓN PEDRO

La curación de la suegra de Pedro por John Bridges, siglo XIX.

CURACIÓN DE LA SUEGRA DE SIMÓN

PROCLAMACIÓN DEL SANTO EVANGELIO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN MARCOS 1, 29-39

Así salieron de la sinagoga, fueron con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés.

Hallábase la suegra de Simón en cama con calentura, y habláronle luego de ella; y acercándose, la tomó por la mano y la levantó; y al instante la dejó la calentura y se puso a servirles.

Por la tarde, puesto ya el sol, le traían todos los enfermos y endemoniados. Y toda la ciudad se había juntado delante de la puerta. Y curó a muchas personas afligidas de varias dolencias, y lanzó a muchos demonios, sin permitirles decir que sabían quién era.

Por la mañana muy de madrugada salió fuera a un lugar solitario, y hacía allí oración. Pero simón y los que estaban con él fueron en su seguimiento. Y habiéndole hallado, le dijeron: Todos te andan buscando. A lo cual respondió: Vamos a las aldeas y ciudades vecinas para predicar yo también en ellas el Evangelio, porque para eso he venido.

Iba, pues, Jesús predicando en sus sinagogas y por toda la Galilea, y expelía a los demonios.

*   *   *

CURACIÓN DE LA SUEGRA DE SIMÓN PEDRO

REVELACIONES PRIVADAS DE MARÍA VALTORTA

Nihil Obstat Obispo Roman Danylak
Imprimatur Obispo Sooser Pakiam

Pedro le está hablando a Jesús. Dice: "Maestro, quisiera rogarte que vengas a mi casa. No me atreví a decírtelo el sábado pasado. Pero... querría que vinieras".

"¿A Betsaida?"

"No, aquí... a casa de mi mujer; la casa natal, quiero decir".

"¿Por qué este deseo, Pedro?"

"Por muchas razones... y, además, hoy me han dicho que mi suegra está enferma. Si quisieras curarla, quizás te...".

"Termina, Simón".

"Quería decir... si te la presentasen, ella dejaría... sí, en definitiva, ya sabes, una cosa es oír hablar de uno y otra cosa es verle y oírle; y si esta persona, además, cura, pues entonces...".

"Entonces cesa incluso el odio, quieres decir".

"No, odio no. Pero, ya sabes... el pueblo está dividido en muchos pareceres, y ella... no sabe a quién hacer caso. Ven, Jesús".

"Voy. Vamos. Advertidles a los que esperan que les hablaré desde tu casa."

Van hasta una casa baja, aún más baja que la de Pedro en Betsaida, y situada aún más cerca del lago, del que está separada por una faja de orilla guijarrosa; y creo que durante las borrascas las olas van a morir contra los muros de la casa, que es baja pero muy ancha, de forma que da la impresión de que estuviera habitada por varias personas.

En el huerto que se abre en la parte delantera de la casa, hacia el lago, no hay más que una vid vieja y nudosa, extendida sobre una rústica pérgola y una vieja higuera plegada completamente hacia la casa por los vientos del lago. El ramaje del árbol, como cabellera despeinada, apenas rosa sus muros y llama a los postigos de las pequeñas ventanas, cerrados como protección del vivo sol que incide sobre la casita. Sólo se ve esta higuera y esta vid y un pozo bajo con su brocal verdoso.

"Entra, Maestro".

Algunas mujeres están en la cocina: dedicada unas a remendar las redes; otras, a preparar la comida. Saludan a Pedro y luego se inclinan, confusas, ante Jesús, mirándole de soslayo con curiosidad.

"Paz a esta casa. ¿Cómo está la enferma?"

"Habla, tú que eres la nueva más mayor" le dicen tres mujeres a una que se está secando las manos con el borde del vestido.

"La fiebre es fuerte, muy fuerte. Hemos llamado al médico, pero dice que es demasiado anciana para poder sanar y que cuando ese mal de los huesos va al corazón y da fiebre, especialmente a esa edad, la persona muere. Ya no come... Yo trato de prepararle comidas apetitosas; como ahora, ¿ves, Simón? Estaba preparándole esa sopa que le gustaba tanto. He escogido el pescado mejor, de los cuñados. Pero no creo que pueda comérsela. Y además... ¡está inquieta! Se queja, grita, llora, impreca...".

"Tened paciencia como si fuera vuestra madre y Dios os otorgará el mérito. Llevadme donde ella".

"Rabí... Rabí... no sé si querrá verte. No quiere ver a nadie. Yo no me atrevo a decirle "ahora te traigo aquí al Rabí"".

Jesús sonríe sin perder la calma. Se vuelve hacia Pedro: "Te toca a ti, Simón. Eres hombre, y el más mayor de los yernos según me has dicho. Ve".

Pedro hace una mueca significativa...

Obedece; cruza la cocina, entra en una habitación y, a través de la puerta, cerrada tras él, le siento conversar con una mujer. Asoma la cabeza y una mano y dice: "Ven, Maestro, date prisa". Y añade, más bajo, apenas inteligiblemente: "Antes de que cambie de idea".

Jesús cruza rápido la cocina y abre de par en par la puerta. Erguido, en el umbral, pronuncia su dulce y solemne saludo: "La paz sea contigo". Entra, a pesar de no haber recibido respuesta. Va junto a una yacija baja en la que está echada una mujer pequeña, toda gris, flaca, jadeante a causa de la fiebre alta que le enrojece el rostro consumido.

Jesús se inclina hacia el camastro, le sonríe a la viejecita y le dice: "¿Te encuentras mal?"

"¡Me muero!"

"No. No te mueres. ¿Puedes creer que Yo te puedo curar?"

"¿Y por qué habrías de hacerlo? No me conoces".

"Por Simón, que me lo ha pedido... y también por ti, para darle tiempo a tu alma de ver y amar la Luz".

"¿Simón? Mejor sería si... ¿Cómo es que Simón ha pensado en mí?"

"Porque es mejor de lo que tú piensas. Yo le conozco y lo sé. Le conozco y es para mí un placer acoger lo que me pide".

"Entonces, ¿piensas curarme? ¿Ya no moriré?".

"No, mujer. Por ahora no morirás. ¿Puedes creer en mí?".

"Creo, creo. ¡Me basta con no morir!"

Jesús sonríe de nuevo, le coge la mano de hinchadas venas y llena de arrugas, la cual desaparece en la suya, juvenil; se pone derecho tomando el aspecto de cuando hace un milagro y grita: "¡Queda curada! ¡Lo quiero! ¡Levántate!", y le suelta la mano, cayendo sin que la anciana se queje, mientras que antes, aunque Jesús se la hubiera tomado con mucha delicadeza, el solo hecho de moverla le había costado un quejido a la enferma.

Un tiempo breve de silencio; luego, la anciana exclama fuerte: "¡Oh! ¡Dios de los padres! ¡Si yo ya no tengo nada! ¡Pero si estoy curada! ¡Venid! ¡Venid!". -Acuden las nueras-. "¡Mirad!" dice la anciana. "¡Me muevo y ya no siento dolores! ¡Y ya no tengo fiebre! Tocad, veréis qué fresca estoy. Y el corazón ya no parece el martillo del herrero. ¡Ah! ¡Ya no me muero!" -¡ni siquiera una palabra para el Señor!-.

Pero Jesús no se lo toma a mal. Le dice a la nuera más mayor: "Vestidla. Que se levante. Puede hacerlo". Y se encamina hacia la puerta.

Simón, desconsolado, se dirige a la suegra: "El Maestro te ha curado, ¿no le dices nada?". "¡Pues claro! No me daba cuenta. Gracias. ¿Qué puedo hacer para decirte gracias?".

"Ser buena, muy buena. Porque el Eterno fue bueno contigo. Y, si no te importa demasiado, déjame descansar hoy en tu casa. He llegado esta mañana al alba después de recorrer durante la semana todos los pueblos cercanos. Estoy cansado".

"¡Claro! ¡Claro! Quédate si quieres". Pero no se la ve con mucho entusiasmo al decir esto.

Jesús con Pedro, Andrés, Santiago y Juan, va al huerto a sentarse.

"¡Maestro!..."

"¿Pedro mío?"

"Estoy desolado".

Jesús hace un gesto como queriendo significar: "¡Bah!, no te preocupes". Luego dice: "No es la primera, ni será la última que no siente inmediata gratitud. Pero no pido gratitud. Me conformo con proporcionarles a las almas un modo de salvarse. Yo cumplo con mi deber. Ellas que cumplan con el suyo".

"¿Ha habido otros así? ¿Dónde?".

"¡Qué curioso eres, Simón! Pero, deseo darte gusto, a pesar de que no me satisfacen las curiosidades inútiles. En Nazaret. ¿Te acuerdas de la madre de Sara? Estaba muy enferma cuando llegamos a Nazaret y nos dijeron que la niña estaba llorando. Fui a ver a la mujer, para que la niña, que es buena y dócil, no se quedara huérfana y acabara siendo una hijastra... Quería curarla... Pero en el momento en que iba a poner pie en la casa, su marido y un hermano me echaron, diciendo: "¡Fuera, fuera! No queremos problemas con la sinagoga". Para ellos, para demasiados, soy ya un rebelde... De todas formas la curé... por sus niños. Y a Sara, que estaba en el huerto, acariciándola, le dije: "Curo a tu madre. Ve a casa. No llores más". La mujer quedó curada en ese mismo momento y la niña se lo dijo, así como al padre y al tío... Y se la castigó por haber hablado conmigo. Lo sé porque la niña vino corriendo detrás de mí cuando me marchaba del pueblo... Pero no importa".

"Yo la volvía a poner enferma".

"¡Pedro!". Jesús se muestra severo. "¿Es esto lo que te enseño a ti y a los otros? ¿Qué has oído de mis labios desde la primera vez que me has escuchado? ¿De qué he hablado siempre, como condición primera para ser verdaderos discípulos míos?"

"Es verdad, Maestro. Soy un verdadero animal. Perdóname. Pero... ¡no puedo soportar el que no te quieran!".

"¡Oh, Pedro, verás faltas de amor mucho mayores! ¡Te llevarás muchas sorpresas, Pedro! Personas que el mundo llamado "santo" desprecia como publicanos, y que, sin embargo, serán ejemplo del mundo, y ejemplo no seguido por los que los desprecian; paganos que estarán entre mis mayores fieles; meretrices que se vuelven puras, por voluntad y penitencia; pecadores que se enmiendan..."

"Mira: que se enmiendo un pecador... todavía. ¡Pero una meretriz y un publicano!"

"¿No lo crees?".

"Yo no".

"Estás equivocado, Simón. Pero mira, viene tu suegra".

"Maestro... te ruego que compartas mi mesa".

"Gracias, mujer. Dios te lo pague".

Entran en la cocina y se sientan a la mesa, y la anciana sirve a los hombres, distribuyendo pródigamente el pescado en sopa y asado.

"Perdonad, pero tengo más que esto" dice.

Y, para no perder la costumbre, le dice a Pedro: "¡Demasiado hacen, incluso, tus cuñados, solos como se han quedado desde que te has ido a Betsaida! Si al menos hubiera servido para hacer más rica a mi hija... Pero oigo que muy frecuentemente te ausentas y no pescas".

"Sigo al Maestro. He ido con Él a Jerusalén y el sábado estoy con Él. No pierdo el tiempo en comilonas".

"Pero no ganas dinero. Mejor sería, ya que quieres servir al Profeta, que te vinieras aquí de nuevo. Al menos esa pobre hija mía, mientras tú te dedicas a ser santo, tendría a los familiares que le dieran de comer".

"Pero ¿no te da vergüenza hablar así delante de Él, que te ha curado?".

"Yo no le critico a Él. Él se dedica a su oficio. Te critico a ti que haces el vago. Total, tú no serás nunca un profeta ni un sacerdote. Eres un ignorante y un pecador, un completo inútil".

"Porque está Él, que si no...".

"Simón, tu suegra te ha dado un consejo excelente. Puedes pescar también desde aquí. Por lo que oigo, ya antes pescabas en Cafarnaúm. Puedes volver ahora".

"¿Y vivir aquí de nuevo? Pero Maestro, Tú no...".

"Tranquilo, Pedro mío. Si tú estás aquí, estarás o en el lago o conmigo. Por tanto, ¿qué más te da estar o no estar en esta casa?". Jesús ha puesto la mano sobre el hombro de Pedro y parece que la clama de Jesús pasa al fogoso apóstol.

"Tienes razón. Siempre tienes razón. Lo haré. Pero... ¿y éstos?" (alude a Juan y a Santiago, sus socios).

"¿No pueden venir también ellos?".

"Nuestro padre, y sobre todo nuestra madre, en todo caso estarán más que contentos sabiendo que estamos contigo, Jesús, que con ellos. No pondrán dificultades".

"Quizás venga también Zebedeo" dice Pedro.

"Es más que probable. Y con él otros. Vendremos, Maestro, sin duda vendremos".

"¿Está aquí Jesús de Nazaret?", pregunta un niño asomándose a la puerta.

"Está aquí. Pasa".

Entra un niño, al cual reconozco como uno de los de las primeras visiones de Cafarnaúm, concretamente el que prometió ser bueno después de tropezarse con las piernas de Jesús... para comer la miel del Paraíso.

"Pequeño amigo, pasa" dice Jesús.

El niño, un poco atemorizado por tanta gente como le mira, se tranquiliza y corre donde Jesús, que le abraza y se le coloca sobre las rodillas, y le da un trozo de su pescado en una rodaja de pan.

"Mira, Jesús, esto es para ti. También hoy esa persona me ha dicho: "Es sábado. Llévale esto al Rabí de Nazaret y dile a tu amigo que ore por mí". ¡Sabe que eres mi amigo!..." -el niño ríe feliz y come su pan y su pescado-.

"¡Sí señor!, Santiago. Le dirás a esa persona que mis oraciones por él suben al Padre".

"¿Es para los pobres?" pregunta Pedro.

"Sí".

"¿Es el donativo de costumbre? Veamos".

Jesús le da la bolsa. Pedro vuelca las monedas y cuenta. "¡También esta vez la misma fuerte suma! ¿Pero quién es esta persona? Di, niño, ¿quién es?".

"No lo debo decir y no lo diré".

"¡Qué desconsiderado! ¡Vamos, que si eres bueno te doy fruta!".

"Yo no lo diré, ni aunque me insultes, ni aunque me acaricies".

"¡Mirad qué lengua!".

"Santiago tiene razón, Pedro. Mantiene la palabra dada; déjale en paz".

"Tú, Maestro, ¿sabes quién es esta persona?".

Jesús no responde. Se ocupa del niño, al cual le da otro trozo de pescado asado, bien limpio de espinas. Pero Pedro insiste y Jesús debe responder. "Yo sé todo, Simón".

"¿Y nosotros no podemos saberlo?".

"¿Y tú no te curarás nunca de tu defecto?".

Jesús responde pero sonríe. Y añade: "Pronto lo sabrás; porque, si el mal querría estar oculto y no siempre puede permanecer escondido, el bien, aunque quiera estarlo para ser meritoria, es descubierto un día para gloria de Dios, cuya naturaleza resplandece en un hijo suyo; la naturaleza de Dios: el amor. Esta persona lo ha comprendido, porque ama a su prójimo. Ve, Santiago. Llévale mi bendición".

La visión cesa así.


CATENA ÁUREA



29-31

Y luego que salieron de la sinagoga fueron a casa de Simón y Andrés con Santiago y Juan. Hallábase en la cama con calentura la suegra de Simón, y al punto le hablan de ella. Y acercándose la levantó tomándola de la mano, y en el momento se le quitó la calentura, y se puso a servirlos. (vv. 29-31) 

Beda
Primeramente debió cerrar aquella boca de serpiente para que no esparciese más veneno. Después curó a la mujer, que fue seducida antes, de la fiebre de la concupiscencia carnal. Por esto dice: "Y luego que salieron de la sinagoga fueron", etc. 

Teof
Se retiró cerca del anochecer del sábado, como era costumbre, para ir a casa de sus discípulos. Pero la mujer que debía servirles estaba con fiebre. Y sigue: "Hallábase con calentura la suegra de Simón". 

San Crisóstomo
Como esperaban que habían de obtener por ello alguna utilidad, le rogaban los discípulos, sin esperar a la noche, que curase a la suegra de Pedro. Y continúa: "Y al punto le hablan de ella". 

Beda
En el Evangelio de San Lucas se lee que le rogaron por ella ( Lc 4,38). Tan pronto como ruegan al Salvador, cura El espontáneamente a los enfermos. De este modo muestra que las pasiones y los vicios se mitigan siempre con los ruegos de los fieles, y que a veces da a entender a los mismos lo que no entienden absolutamente. O perdona también lo no entendido a los que piadosamente le ruegan con insistencia, como pide el salmista ( Sal 18,13): "Purifícame, Señor, de mis yerros ocultos". Por esto cura cuando se le ruega. Continúa, pues: "Y acercándose la levantó tomándola de la mano". 

Teof
Esto quiere significar que si alguno enferma, será curado por Dios si sirviere a los santos por amor de Cristo. 

Bed, super Lucam, cap. 4
La frecuencia con que reparte sus dones de medicina y doctrina, principalmente los sábados, enseña que El no está bajo la ley, sino sobre ella, y que no ha elegido el sábado judío, sino el verdadero sábado. El descanso es querido por el Señor, si atendiendo a la salvación de las almas nos abstenemos de obras serviles, esto es, de todas las ilícitas. "Y en el momento, prosigue, se le quitó la calentura". La salud que se da por mandato del Señor vuelve toda a la vez y acompañada de tanta fuerza, que basta para que pueda ponerse a servir a los que la asistían. Si dijéremos que el varón librado del demonio significa el ánimo purificado moralmente de todo pensamiento inmundo, habremos de decir que la mujer curada de la fiebre a la voz del Señor significa la carne preservada del fuego de la concupiscencia por los preceptos de la continencia. 

San Jerónimo
La fiebre significa incontinencia, de la cual sanamos los que no somos hijos de la sinagoga por mano de la templanza con la elevación del deseo, sirviendo a la voluntad del que nos sana. 

Teof
Tiene fiebre el que se irrita, puesto que por la ira muestra desenfrenadamente las manos. Pero si detiene la razón su mano, se levanta y de este modo le sirve.

32-34

Por la tarde, puesto ya el sol, le traían todos los enfermos y endemoniados, y toda la ciudad se había juntado delante de la puerta. Y curó a muchas personas afligidas por varias dolencias, y lanzó a muchos demonios, sin permitirles decir que sabían quién era. (vv. 32-34) 

Teof
Como las gentes consideraban que a nadie era permitido curar en sábado, esperaban el ocaso del sol para llevar a Jesús a los que había de curar. Así dice: "Por la tarde, puesto ya el sol, le traían todos los enfermos", etc. Y después: "Y curó a muchas personas afligidas por varias dolencias". 

San Crisóstomo
En donde dice muchas debe entenderse todas, según la costumbre de la Escritura. 

Teof
O dice muchas, porque hubo algunos que no fueron curados a causa de su incredulidad. Pero curó a todos aquellos que de entre los presentados tenían fe. "Y lanzó, continúa, a muchos demonios". 

San Agustín, De cuest. sobre el antiguo y nuevo Testamento, cap. 66
Los demonios sabían que El era el Cristo que había sido prometido por la ley, pues veían en El todas las señales que habían anunciado los profetas. Aún así, tanto ellos como sus príncipes, desconocían el misterio de su divinidad, ya que si lo hubieran conocido, nunca hubiesen crucificado al Señor de la majestad ( 1Cor 2,8). 

Beda
El diablo comprendió (o más bien sospechó) que era el Hijo de Dios por las señales tan portentosas que realizaba aquel hombre, a quien había visto en el pesado ayuno de cuarenta días, pero que ni aun en medio de la tentación le permitió experimentar que era el Hijo de Dios. Por tanto, indujo a los judíos a que lo crucificaran, no porque no juzgara que era el Hijo de Dios, sino porque no previó que con su muerte había de ser él condenado. 

Teof
El Señor no dejaba hablar a los demonios porque así nos enseñaba a no creerles aunque digan la verdad, pues la mezclarán con la mentira cuando encuentren alguno que les crea. 

San Crisóstomo
No se opone lo que se consigna aquí a lo que dice San Lucas ( Lc 4,41) en cuanto a que salían los demonios de muchos clamando y diciendo: "Tú eres Cristo, Hijo de Dios", porque añade: "Y reprendiéndolos no les dejaba hablar". Omitiendo muchos detalles para mantener la brevedad, habla San Marcos acerca de la finalidad de dichas palabras. 

Beda
El ocaso del sol significa místicamente la pasión y muerte de Aquel que dijo ( Jn 9,4): "En tanto que estoy en el mundo, soy la luz del mundo". Es al ocaso del sol cuando es curada la mayor parte de los enfermos y poseídos, porque Aquel que durante su estancia en este mundo enseñó a unos cuantos judíos, les transmitió los dones de la fe y de la salvación a todos los pueblos de la tierra. 

San Jerónimo
En sentido moral, la puerta del reino es la penitencia con la fe, que da la salud en diversas enfermedades, porque son varios los vicios que enferman la ciudad del mundo.

35-39

Y levantándose muy de mañana, salió y fue a un lugar solitario, y hacía allí oración. Y le siguieron Simón y los que con él estaban. Y cuando llegaron a El, le dijeron: "Todos te andan buscando"; y El les dijo: "Vamos a las aldeas y ciudades próximas, para que predique allí, porque para esto he venido". Y predicaba en las sinagogas de ellos y por toda la Galilea, y lanzaba los demonios. (vv. 35-39) 

Teof
El Señor, después de curar a los enfermos, se retiró a un sitio apartado: "Por la mañana muy de madrugada salió fuera a un lugar solitario". Con lo cual nos enseñó a no hacer nada por ostentación y a no publicar lo bueno que hagamos. Y continúa: "Y hacía allí oración". 

San Crisóstomo
Porque obrando de este modo se nos ofrece verdaderamente como modelo con el que debemos configurarnos por nuestras buenas obras. 

Teof
También nos muestra que es a Dios a quien debemos atribuir todo lo bueno que hagamos, y a quien debemos decir: Todo el bien de que gozamos nos viene de Ti desde el cielo ( Stgo 1). "Y le siguieron Simón y los que con él estaban". 

San Crisóstomo
San Lucas dice que las muchedumbres se acercaron a Cristo y le dijeron lo que San Marcos pone en boca de los apóstoles en los siguientes términos: "Y cuando llegaron a El, le dijeron: todos te andan buscando". Pero no hay contradicción entre ambos evangelistas, pues permitió el Señor que la muchedumbre, anhelante por llegar a los pies de Cristo, se juntase a El después de los apóstoles. Y aunque la recibió con gozo, quiso despedirla como si no hubiera de permanecer mucho tiempo en este mundo, para que también otros fuesen partícipes de su doctrina. Así continúa: "Y El les dijo: Vamos a las aldeas y ciudades próximas para que predique allí". 

Teof
Se dirige a aquellos que más lo necesitan, porque conviene extender por todas partes sus rayos y no circunscribir su doctrina a un solo lugar. Y prosigue: "Porque para esto he venido". 

San Crisóstomo
En lo cual manifiesta el misterio de la encarnación y el señorío de su divinidad confirmando que había venido al mundo por su voluntad. Y San Lucas dice ( Lc 4,43): "Para esto soy enviado", manifestando la buena voluntad de Dios Padre sobre la disposición de la encarnación del Hijo.
"Y predicaba en sus sinagogas por toda la Galilea". 

San Agustín, De cons. Evang., lib. 2, cap. 19
En esta predicación que tuvo lugar en toda la Galilea está comprendido también el sermón que pronunció el Señor en el monte, como lo refiere San Mateo. Ni de éste ni de alguno semejante hace mención San Marcos, si se exceptúan algunas sentencias sueltas que dijo el Señor en otros lugares y que él consignó aunque no consecutivamente. 

Teof
Juntó la obra a la palabra, porque después de predicar ahuyentó los demonios conforme a estas palabras: "Y echaba a los demonios". Si Cristo no hubiese hecho milagros, no se hubiera creído su doctrina. Del mismo modo, el que enseña debe obrar en consonancia con lo que enseña, a fin de que no se pierdan sus palabras. 

Beda

Si la muerte del Salvador se expresa místicamente por el ocaso del sol, ¿por qué no ha de expresar la vuelta de la aurora su resurrección? Y así, al rayar la aurora fue al desierto de las gentes donde oraba en sus fieles, porque por la gracia del Espíritu Santo excitaba sus corazones a la virtud de la oración.

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